Y llegó el turno de escuchar los argumentos de los
bienintencionados, canturreados al aire mientras pavimentan la gentil pendiente
que desciende hasta el Averno.
Por la que inadvertidamente nos deslizamos, a fuerza de seguir los dictados de lo pretendidamente correcto.
Están en danza varios asuntos que nos proponen reflexiones generales. Y capaz va siendo hora de rescatar una cierta figura filosófica que veo que estamos usando demasiado poco.
Volvemos a vernos obligados a prestar atención a la libertad de expresión, y junto a ella, este mes vertiginoso nos pone a la mesa uno de los derechos elementales de la libertad. En un movimiento de pinzas grandioso, nos los representados del pueblo argentino nos encontramos pidiendo a gritos castigos a personas que expresan lo que piensan y restricción a la libertad de culpables presuntos hasta que se demuestre lo contrario.
Pues parece que el siglo XXI en Occidente nos ha encontrado no moderados sino moderadores, y que se nos ha hecho carne la magistratura de Censores.
Resulta que decidimos obviar las luces que encendieron los filósofos liberales, al discurrir intentando encontrar las herramientas básicas que nos proporcionaran una cierta garantía al individuo.
Stuart Mill, Tocqueville, Rawls, Rand, Dworkin, Dahl, Bobbio, Kant, Moro, Aristóteles. Una respuesta diferente en cada uno de ellos a la misma pregunta, una orientación general.
Y lo que me queda a mí de ellos, y que abro a discusión antes de seguir: no entiendo límite a la libertad de expresión que sea defendible, si no pueden intentar defender al mismo tiempo más allá de toda duda razonable la figura del censor, y su nominación. Y al mismo tiempo, no concibo figura real o retórica capaz de dilucidar con justicia imparcial y omnisciente la culpabilidad de una persona en tanto no medie en el proceso una posibilidad de defensa tan amplia como el límite de la realidad permita, partiendo de la base de que la inocencia es presumida y el obrar deshonesto debe ser demostrado.
Me toca intentar recordarles en este parrafito que a esas cuestiones no hay respuesta incorrecta, pero que definitivamente me desagrada si la que me dan está en modo alguno relacionada al concepto de "mayorías".
Vamos a lo concreto y puntual ante todo.
Cúneo me parece un fascista de la más baja laya. Un ignorante de cabo a rabo, cuya intentona de humorada (un dibujo de San Martín decapitando a Macri) hiere la memoria del hombre que con su genio militar le dio la Libertad a tres países de Sudamérica, para luego con su temple cívico alejar sus dotes de estratega de la Patria amada para morir en el exilio, en un destino que prefirió antes de tener que empuñar la espada contra un compatriota. Cualquier compatriota.
Estela de Carlotto me parece una fascista de la más baja laya. Una ignorante de cabo a rabo, cuya intentona de desestimar prueba documental de un caso que está sacudiendo el esquema de latrocinio de las arcas públicas más monumental del que se tenga memoria (aducir que las anotaciones que dieron origen a esa tormenta judicial eran demasiado prolijas para ser de alguien de baja extracción social) hiere la inteligencia de un país que se forjó a fuerza de educar al soberano en la medida de lo posible y que alguna vez estuvo orgulloso de su sistema educativo.
Quienes intentan hacer caer algún tipo de peso estatal sobre estas dos personas me parecen fascistas de la más baja laya. Ignorantes de cabo a rabo, que intentan buscar en el silenciamiento estatal una suerte de reparo a la ofensa percibida por un supuesto colectivo buenista hiere la inteligencia de cada individuo de ese arco social, suficientemente capaz de dictaminar la imbecilidad de ambos grotescos.
Pero ante todo, capaz de hacerlo porque los tuvo frente a sí.
Intentaré acá esbozar mis cuatro razones por las que me parece odioso todo límite a la libertad de expresar opinión, y al mismo tiempo toda posibilidad de arbitrariedad a la hora de emitir dictamen de culpa, y están invitados a complementar, discutir o desechar el que deseen.
En primer lugar, quiero aclarar lo que pienso de mí. Soy un ser humano relativamente formado y culto. Que además me tengo en la más alta estima. Sí, me creo muy capaz de tomar decisiones sopesadas con tranquilidad y hallar soluciones imparciales frente a muchas cuestiones donde puedo valorar situaciones objetivo/materiales o subjetivo/morales.
Y al mismo tiempo me conozco falible.
Por ello, no me daría, ni siquiera a mí mismo, la función de habilitar o no a voluntad un mecanismo que cercene la libertad elemental de otra persona de expresar cualquier tipo de opinión contraria a la mía, toda vez que nada me asegura que la suya no esté más cercana a algún tipo de Verdad que la mía.
En segundo lugar, la libertad de expresión más amplia tiene una función más pragmática que la trascendental búsqueda de la Verdad; nos permite saber qué opina y quién es el Otro con el que convivimos.
Estamos sujetos a cierto pacto de debilitación voluntaria de las propias capacidades en aras del objetivo social de regular la conflictividad. Afortunadamente. Para mí, al menos, que conozco que no soy el más fuerte de todos nosotros. Y para cada uno de Ustedes que conozca al menos a uno que pueda imponérsele, de no existir un set de reglas del juego que lo impide. Nos hacemos iguales ante la ley para permitirnos vivir juntos como individuos diferentes en todo otro aspecto, con fortalezas y debilidades propias de nuestra individualidad.
En ese marco pactual, convivimos evitando una guerra de todos contra todos. Por ahora al menos. Y puede surgir una capacidad asociativa entre individuos libres para fines más elevados que los que alcanzaríamos por medios propios. Ahora bien, cómo sería posible la identificación de un socio viable si no podemos conocerlo? Qué afinidad entre diferentes, qué tipo de sinergia puede surgir entre individuos homogeneizados a la fuerza por imperio de un agente de chatura impuesta? Cómo ponernos en alerta ante quienes desean romper el pacto y oprimir nuestra individualidad si nos esforzamos por silenciar la traición declamatoria de sus oscuras voluntades?
Inmediatamente viene a mi mente la tercera cuestión. Ya intenté comentar en mi humilde entender la dificultad que se presenta para juzgar imparcial y omniscientemente la Verdad, y los peligros que veo de intentarlo y fracasar. Pues bien, si otorgamos esa potestad a alguien... quién y cómo decide a quién? Qué pasa cuando se exceda? Quién puede intentar limitar los males de ese poder desatado, si seguramente lo primero que censure Pandora sea todo desacuerdo con la sostenida apertura de su Caja? En resumida cuenta, no más que el clásico: quis custodiet ipsos custodes?
Y por último, quiero que quien haya llegado a este cuarto punto me acompañe a retomar la validez del velo de la ignorancia, dándole una vueltita más de tuerca. Me remito a dejar que busquen por sí mismos aquellos interesados el desarrollo de este esquema, pero valga como resumen el siguiente.
John Rawls plantea la figura de un velo de ignorancia sobre la propia posición socioeconómica de partida a la hora de plantear el mínimo tolerable como propuesta de Estado, y una red de seguridad social elemental para igualar las oportunidades. La ignorancia de la propia posición de partida, según el, lleva al individuo racional a proponer desde el egoísmo un mínimo de sustentación, en caso de resultar uno ser el desfavorecido en la "lotería genética".
Bien, la propuesta de velo de ignorancia invertido que hago a la hora de juzgar este asunto refiere a considerar, antes que el mínimo deseable, el máximo tolerable de imposición de la autoridad sobre la libertad de expresión. Otra vez imaginándose uno en la posición de partida menos favorable, consideren por un momento la posibilidad de tener una opinión contraria a la impuesta por el Censor. Una opinión fuerte. Vital. Central a nuestros intereses. Relativa a nuestros valores. Basal en nuestro sistema de creencias. Eje de nuestra moral.
Prohibida.
Contradicha.
Castigada.
De la forma que más duro se puede castigar una opinión, que es evitando que se exprese aún antes de salir de nuestro ser. Agotada aún antes de tomar forma, por la internalización del miedo al castigo.
Del terror al tabú. Del pánico a aquello que el poder sabio ha designado que no debe ser visto, nombrado, reído, comentado, discutido.
Y ahí, hecha carne esa idea, planteemos las respuestas a las preguntas originales desde el punto de vista, no del juez imparcial, sino de la posible víctima.
Así es doblemente válida la figura del velo.
Porque tenemos a mano ejemplos palpables.
De miles de víctimas atrapadas tras un velo de ignorancia. Oprimidas por un velo muy físico y real, de tela negra, de la cabeza a los pies.
Ahora queda en Ustedes determinar el grado de arbitrariedad que asignarán a los imanes laicos del buen pensar en la redacción de la shariah políticamente correcta.
Yo elijo declararme hereje a sus profetas de lo correcto.
Y decido vivir aún más cerca de los que sigamos en la búsqueda de reemplazar la igualdad forzada del pensamiento único.
Que no seremos muchos, pero somos por suerte diferentes. Y cada uno tiene para darle a los otros algo rico, algo nuevo, algo honesto, algo propio.
Algo distinto.
Están en danza varios asuntos que nos proponen reflexiones generales. Y capaz va siendo hora de rescatar una cierta figura filosófica que veo que estamos usando demasiado poco.
Volvemos a vernos obligados a prestar atención a la libertad de expresión, y junto a ella, este mes vertiginoso nos pone a la mesa uno de los derechos elementales de la libertad. En un movimiento de pinzas grandioso, nos los representados del pueblo argentino nos encontramos pidiendo a gritos castigos a personas que expresan lo que piensan y restricción a la libertad de culpables presuntos hasta que se demuestre lo contrario.
Pues parece que el siglo XXI en Occidente nos ha encontrado no moderados sino moderadores, y que se nos ha hecho carne la magistratura de Censores.
Resulta que decidimos obviar las luces que encendieron los filósofos liberales, al discurrir intentando encontrar las herramientas básicas que nos proporcionaran una cierta garantía al individuo.
Stuart Mill, Tocqueville, Rawls, Rand, Dworkin, Dahl, Bobbio, Kant, Moro, Aristóteles. Una respuesta diferente en cada uno de ellos a la misma pregunta, una orientación general.
Y lo que me queda a mí de ellos, y que abro a discusión antes de seguir: no entiendo límite a la libertad de expresión que sea defendible, si no pueden intentar defender al mismo tiempo más allá de toda duda razonable la figura del censor, y su nominación. Y al mismo tiempo, no concibo figura real o retórica capaz de dilucidar con justicia imparcial y omnisciente la culpabilidad de una persona en tanto no medie en el proceso una posibilidad de defensa tan amplia como el límite de la realidad permita, partiendo de la base de que la inocencia es presumida y el obrar deshonesto debe ser demostrado.
Me toca intentar recordarles en este parrafito que a esas cuestiones no hay respuesta incorrecta, pero que definitivamente me desagrada si la que me dan está en modo alguno relacionada al concepto de "mayorías".
Vamos a lo concreto y puntual ante todo.
Cúneo me parece un fascista de la más baja laya. Un ignorante de cabo a rabo, cuya intentona de humorada (un dibujo de San Martín decapitando a Macri) hiere la memoria del hombre que con su genio militar le dio la Libertad a tres países de Sudamérica, para luego con su temple cívico alejar sus dotes de estratega de la Patria amada para morir en el exilio, en un destino que prefirió antes de tener que empuñar la espada contra un compatriota. Cualquier compatriota.
Estela de Carlotto me parece una fascista de la más baja laya. Una ignorante de cabo a rabo, cuya intentona de desestimar prueba documental de un caso que está sacudiendo el esquema de latrocinio de las arcas públicas más monumental del que se tenga memoria (aducir que las anotaciones que dieron origen a esa tormenta judicial eran demasiado prolijas para ser de alguien de baja extracción social) hiere la inteligencia de un país que se forjó a fuerza de educar al soberano en la medida de lo posible y que alguna vez estuvo orgulloso de su sistema educativo.
Quienes intentan hacer caer algún tipo de peso estatal sobre estas dos personas me parecen fascistas de la más baja laya. Ignorantes de cabo a rabo, que intentan buscar en el silenciamiento estatal una suerte de reparo a la ofensa percibida por un supuesto colectivo buenista hiere la inteligencia de cada individuo de ese arco social, suficientemente capaz de dictaminar la imbecilidad de ambos grotescos.
Pero ante todo, capaz de hacerlo porque los tuvo frente a sí.
Intentaré acá esbozar mis cuatro razones por las que me parece odioso todo límite a la libertad de expresar opinión, y al mismo tiempo toda posibilidad de arbitrariedad a la hora de emitir dictamen de culpa, y están invitados a complementar, discutir o desechar el que deseen.
En primer lugar, quiero aclarar lo que pienso de mí. Soy un ser humano relativamente formado y culto. Que además me tengo en la más alta estima. Sí, me creo muy capaz de tomar decisiones sopesadas con tranquilidad y hallar soluciones imparciales frente a muchas cuestiones donde puedo valorar situaciones objetivo/materiales o subjetivo/morales.
Y al mismo tiempo me conozco falible.
Por ello, no me daría, ni siquiera a mí mismo, la función de habilitar o no a voluntad un mecanismo que cercene la libertad elemental de otra persona de expresar cualquier tipo de opinión contraria a la mía, toda vez que nada me asegura que la suya no esté más cercana a algún tipo de Verdad que la mía.
En segundo lugar, la libertad de expresión más amplia tiene una función más pragmática que la trascendental búsqueda de la Verdad; nos permite saber qué opina y quién es el Otro con el que convivimos.
Estamos sujetos a cierto pacto de debilitación voluntaria de las propias capacidades en aras del objetivo social de regular la conflictividad. Afortunadamente. Para mí, al menos, que conozco que no soy el más fuerte de todos nosotros. Y para cada uno de Ustedes que conozca al menos a uno que pueda imponérsele, de no existir un set de reglas del juego que lo impide. Nos hacemos iguales ante la ley para permitirnos vivir juntos como individuos diferentes en todo otro aspecto, con fortalezas y debilidades propias de nuestra individualidad.
En ese marco pactual, convivimos evitando una guerra de todos contra todos. Por ahora al menos. Y puede surgir una capacidad asociativa entre individuos libres para fines más elevados que los que alcanzaríamos por medios propios. Ahora bien, cómo sería posible la identificación de un socio viable si no podemos conocerlo? Qué afinidad entre diferentes, qué tipo de sinergia puede surgir entre individuos homogeneizados a la fuerza por imperio de un agente de chatura impuesta? Cómo ponernos en alerta ante quienes desean romper el pacto y oprimir nuestra individualidad si nos esforzamos por silenciar la traición declamatoria de sus oscuras voluntades?
Inmediatamente viene a mi mente la tercera cuestión. Ya intenté comentar en mi humilde entender la dificultad que se presenta para juzgar imparcial y omniscientemente la Verdad, y los peligros que veo de intentarlo y fracasar. Pues bien, si otorgamos esa potestad a alguien... quién y cómo decide a quién? Qué pasa cuando se exceda? Quién puede intentar limitar los males de ese poder desatado, si seguramente lo primero que censure Pandora sea todo desacuerdo con la sostenida apertura de su Caja? En resumida cuenta, no más que el clásico: quis custodiet ipsos custodes?
Y por último, quiero que quien haya llegado a este cuarto punto me acompañe a retomar la validez del velo de la ignorancia, dándole una vueltita más de tuerca. Me remito a dejar que busquen por sí mismos aquellos interesados el desarrollo de este esquema, pero valga como resumen el siguiente.
John Rawls plantea la figura de un velo de ignorancia sobre la propia posición socioeconómica de partida a la hora de plantear el mínimo tolerable como propuesta de Estado, y una red de seguridad social elemental para igualar las oportunidades. La ignorancia de la propia posición de partida, según el, lleva al individuo racional a proponer desde el egoísmo un mínimo de sustentación, en caso de resultar uno ser el desfavorecido en la "lotería genética".
Bien, la propuesta de velo de ignorancia invertido que hago a la hora de juzgar este asunto refiere a considerar, antes que el mínimo deseable, el máximo tolerable de imposición de la autoridad sobre la libertad de expresión. Otra vez imaginándose uno en la posición de partida menos favorable, consideren por un momento la posibilidad de tener una opinión contraria a la impuesta por el Censor. Una opinión fuerte. Vital. Central a nuestros intereses. Relativa a nuestros valores. Basal en nuestro sistema de creencias. Eje de nuestra moral.
Prohibida.
Contradicha.
Castigada.
De la forma que más duro se puede castigar una opinión, que es evitando que se exprese aún antes de salir de nuestro ser. Agotada aún antes de tomar forma, por la internalización del miedo al castigo.
Del terror al tabú. Del pánico a aquello que el poder sabio ha designado que no debe ser visto, nombrado, reído, comentado, discutido.
Y ahí, hecha carne esa idea, planteemos las respuestas a las preguntas originales desde el punto de vista, no del juez imparcial, sino de la posible víctima.
Así es doblemente válida la figura del velo.
Porque tenemos a mano ejemplos palpables.
De miles de víctimas atrapadas tras un velo de ignorancia. Oprimidas por un velo muy físico y real, de tela negra, de la cabeza a los pies.
Ahora queda en Ustedes determinar el grado de arbitrariedad que asignarán a los imanes laicos del buen pensar en la redacción de la shariah políticamente correcta.
Yo elijo declararme hereje a sus profetas de lo correcto.
Y decido vivir aún más cerca de los que sigamos en la búsqueda de reemplazar la igualdad forzada del pensamiento único.
Que no seremos muchos, pero somos por suerte diferentes. Y cada uno tiene para darle a los otros algo rico, algo nuevo, algo honesto, algo propio.
Algo distinto.