viernes, 11 de octubre de 2019

Velar las armas

Siendo que muy probablemente estemos transitando los últimos días de "normalidad" antes del próximo ciclo de desenfreno circense al que nos someteremos, me llama la atención el nivel de abulia con el que nos lo estamos tomando.

Como si estuviéramos tomando carrera para un período por venir que oteamos demencial pero para el que, en el fondo, creemos tener las defensas preparadas como quien ya pasó por las paperas.

O eso, o somos unos pelotudos bárbaros, quizá sea una mezcla de ambas e intentar un análisis de esa mixtura se parezca demasiado a intentar recuperar la harina una vez hecho el bizcochuelo.

No se, tengo hasta la sensación de que somos la generación perdida de la Argentina, y que en un punto lo sabemos y nunca tuvimos real esperanza de vivir de otra forma. Entonces ya estamos como los soviéticos, haciendo chistes sobre el hambre en la interminable fila para recibir pan. Horas y horas de horror matizadas por comentarios de camaradería entre los condenados. Un patíbulo de humoristas, el stand up como deporte diario, mero reflejo irónico de la efigie de payaso triste de los encargados de conducir los destinos del país (por un precio).

Quizá sea mejor. Éramos mucho mejores cuando estábamos contra lo mismo. En este país, a la larga, está mucho mas cerca tuyo el que coincide en tus discrepancias frente a un tercero que el que tiene coincidencias parciales con tus posturas. 

Por eso disputo ese concepto de "la grieta". Nadie, en una posición de poder, en este país, ha intentado realmente generar una grieta. Menos aún, usar como grieta algo valioso, llamese La Ley, Los Valores, o lo que cuerno se les ocurra.

Lo que sí han hecho, con éxito pírrico, es generar "el otro lado de la grieta". Ninguno se define "somos así" (bueno, concedido, llegan hasta "somos esto"). Se limitan a definir al otro y marcar "no somos eso".

La trampa autoimpuesta del mecanismo de generación de un "otro lado de la grieta" ha resultado, para dos gobiernos consecutivos que quisieron situarse en lados opuestos, que la amalgama en contra es mucho mayor que la amalgama a favor.

Y bueno, quizá si nos toca volver a ser rejuntados como los anti, podamos volver a formar buenos lazos. Después de todo, parece que lo nuestro es un extraño caso de enfermedad de trinchera, una suerte de síndrome de Estocolmo con el kilombo.

Así que disfruten el calorcito y a velar las armas, que parece que nos toca otra vez.