Te fumo.
Hoy no para que me acompañes, ni para que me escuches. Hoy no te fumo para que pensemos juntos en nada. Hoy no te fumo dolores ni llantos, hoy no te fumo a los gritos para asentar la cerveza y empeorar la resaca.
Hoy me siento, nomás, y te fumo. Hoy me toca escucharte yo, susurrando el crepitar. Venga. Dictame mientras te consumís. Vos me estás matando pero yo también, qué nos vamos a poner en reclamos. Decí, decí que yo escribo.
Está frío y oscuro acá afuera. Había perdido la costumbre de fumar sentado. Fumar como actividad, por el gusto de eso mismo. Por eso no entro, por eso no enciendo focos. Si para calor y luz me alcanza con esa brasa.
("Que me abraza" me dictás. Te pusiste boludo con el tiempo. Me niego a escribirlo).
Te fumo pensando en fumar y ya me adelanto a saber que uno no alcanza y dos sobran. Y por no apurarte y por no apurarme, te fumo una pitada larga que llevo al fondo y dos cortitas para que raspe la garganta.
Y otra larga después y bajarla a medias y soplarla sin soplar. Y que se junte el humo en la boca, y hacer circulitos. Con la boca de pescado.
Quedan lindos, armados. Suben un poco porque dónde van a ir, si no, y se recortan contra el cielo estrellado. Y me acuerdo que me enseñó a hacerlos Fer, cuando miro el circulito y miro el cielo. Y puta que lo extraño y me da bronca. Entonces te fumo fuerte y te apago. Para qué te escucho si estaba lo mas bien y me hacés acordar estas cosas.
Estaba fumando nomás.
Antes de irte del todo me decís que a Larralde escribir estas cosas le quedaba mejor. Te piso para no contarte que el problema no soy yo, que a don José le tocaron puchos poetas. Chau, tabaco melancólico. En un rato pruebo con otro. Por ahí me dicta algo mejor.
Algo distinto.
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